El Amor perfecto de Dios

Amor de Dios
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El amor de Dios

Es un amor perfecto y sin condiciones. Su amor perdura para siempre y no se enfoca en quién eres o en lo que haces. El amor que Dios tiene por ti es indestructible; ni siquiera tú mismo lo puedes apagar. ¡Así de maravilloso es el amor de Dios!

El amor de Dios es infinito y jamás terminará. No hay nada que puedas hacer para que Él deje de amarte o para que te ame menos. Te guste o no, Dios te ama y quiere lo mejor para ti.

Pero el pecado es un problema grave. Dios odia el pecado y no lo tolera. Nuestros pecados forman una barrera entre nosotros y Dios. El amor de Dios por nosotros sigue existiendo, pero nuestros pecados intentan cegarnos e impedir que lo sintamos. Por eso Dios envió a Jesús.

“Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” Romanos 5, 8.

El amor de Dios es más fuerte que el pecado. ¡En Jesús, el pecado es como una presa destruida por la fuerza del río del amor de Dios! Jesús llevó nuestros pecados en la cruz para que el amor de Dios se derramara sobre nosotros por su gracia. Ahora bien, cualquiera puede sentir el poder del amor de Dios, hasta el peor de los pecadores. Solo necesita creer.

“En cuanto a la Ley, esta intervino para que aumentara el pecado. Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; y así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.” Romanos 5, 20-21.

Cuando reconocemos nuestros pecados, nos arrepentimos de ellos y creemos que Jesús nos salvó, el pasado es borrado por la corriente del amor de Dios. Su amor nos purifica y nos llena. ¡Ya no hay lugar para el pecado en medio de tanto amor! Y no es porque lo merezcamos: es porque el amor de Dios es incondicional.

“Pues estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los demonios, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” Romanos 8, 38-39.

Pedro, de la negación a la redención

Pedro fue uno de los discípulos de Jesús y es recordado por varias cosas, sobre todo por su impetuosidad. Él se atrevió a tirarse al agua e intentar caminar para llegar hasta donde estaba Jesús. También, cuando Jesús dijo que se acercaba la hora de su muerte, Pedro declaró que estaba dispuesto a ir con Jesús a la cárcel y hasta la muerte.

Sin embargo, cuando llegó el momento de la verdad, Pedro negó conocer a Jesús tres veces seguidas, tal como Jesús había profetizado. Pero ese no fue el final de la historia de Pedro con Jesús.

Una mañana, después de su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos mientras estaban pescando. Luego de prepararles el desayuno, Jesús habló con Pedro. Durante la conversación, Jesús le hizo tres preguntas a Pedro:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro. —Apacienta mis corderos —dijo Jesús.

Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y Jesús le dijo: —Cuida de mis ovejas.

Por tercera vez Jesús preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?». Así que dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis ovejas —dijo Jesús—.” Juan 21, 15b-17.

Pedro había negado a Jesús tres veces. Ahí Jesús le pidió que afirmara su amor por él tres veces y le dio una encomienda, confirmando su llamado. Cada declaración de amor a Jesús, mostraba el triunfo del amor. El gran error cometido por Pedro, al negar a Jesús tres veces, fue cubierto y perdonado, gracias al enorme amor de Dios por él. Y Pedro recibió la encomienda de seguir adelante apacentando las ovejas del Señor.

La Mujer Samaritana, una vida transformada por el Amor

Cuando Jesús y la mujer samaritana se encontraron junto a un pozo, Jesús mostró que sabía todo sobre el pasado de ella, el cual era bastante tumultuoso. Ya de inicio, a ella le sorprendió mucho que Jesús hablara con ella. Los samaritanos y los judíos no tenían mucha simpatía los unos por los otros en ese tiempo. Además de eso, ella no tenía una buena reputación.

De todas formas, Jesús le pidió a ella un poco de agua y así comenzó la conversación entre ellos. Jesús relató detalles del pasado de ella y ella se dio cuenta de que él no era una persona como cualquiera otra. La conversación tomó un giro hacia el ámbito espiritual, ya que Jesús anhelaba que ella recibiera la salvación de su alma.

En un momento de la conversación, ella mencionó al Mesías esperado, diciendo: «Cuando él venga nos explicará todas las cosas» Juan 4, 25b. En ese momento, Jesús le reveló que él era el Mesías.

La conversación que ella tuvo con Jesús fue una llena de aceptación y de amor. En ningún momento Jesús la condenó por sus pecados. Él le recordó lo que ella había vivido hasta ese momento y se presentó ante ella como el Mesías, el que podía ayudarla a entender y recibir el amor de Dios.

Los discípulos de Jesús llegaron en ese momento. La mujer fue a la ciudad y habló con la gente sobre lo que le había sucedido. Les decía a los que encontraba en su camino:

“Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?” Juan 4, 29.

La historia no termina ahí. La mujer quedó tan impactada por su encuentro con Jesús, que estuvo testificando sobre él. ¿El resultado? Muchos samaritanos creyeron en Jesús gracias al testimonio de la mujer samaritana, quien no se sintió juzgada, sino aceptada y amada por Jesús.

Pablo, de perseguidor a Apóstol

Antes de su encuentro con Dios, Pablo (Saulo) era un judío fariseo practicante y muy celoso de su fe. Era tan celoso, que se dedicaba a perseguir a los cristianos. Sin embargo, para Dios no hay casos imposibles y, en su gran misericordia, decidió revelarse a Saulo.

Saulo iba camino a Damasco y llevaba cartas que lo autorizaban a perseguir a los cristianos allá. Dios tenía otro plan, y durante el camino, una luz del cielo relampagueó y Saulo cayó al suelo. En ese momento, él oyó una voz del cielo que le preguntaba: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

¡Era la voz de Jesús! Tanto Saulo como sus acompañantes quedaron muy sorprendidos al escuchar la voz. Saulo había quedado ciego, así que lo ayudaron a levantarse y lo llevaron a Damasco.

Una vez allí, Dios envió a Ananías que fuera donde Saulo a orar por él y a hablar con él. Saulo fue sano de la ceguera, fue bautizado y lleno del Espíritu Santo. Desde ese momento, el que había sido perseguidor de los cristianos, se convirtió en un testigo fiel del poder y el amor de Dios. Dios no solo lo perdonó y lo amó, sino que le dio una gran encomienda. Lo llamó a testificar sobre él dondequiera que lo enviara.

El Amor de Dios es para todos

El amor de Dios no hace distinciones. Es un amor que perdona, restaura y transforma. Como hemos visto en las historias de Pedro, la mujer samaritana y Pablo, el amor de Dios puede alcanzar y cambiar cualquier vida, sin importar el pasado o los errores cometidos.

Es fundamental recordar que el amor de Dios no depende de nuestras acciones o méritos. Es un amor incondicional y eterno, que nos invita a vivir una vida plena y en comunión con Él. Al aceptar este amor y permitir que transforme nuestras vidas, podemos experimentar la verdadera paz y gozo que solo Dios puede ofrecer.


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